La Televisión es el Opio del Pueblo
Algo personal y cotidiano me incita a escribir sobre el mundo de la televisión. Me siento impotente cuando mis hijas encienden sistemáticamente, día a día, el receptor, ese decodificador de señales electrónico que les absorbe el tiempo libre, les quita tiempo para sus juegos, imprescindibles para el desarrollo de su personalidad, y anula por completo su imaginación creativa, vamos, más o menos, lo mismo que está sucediendo con otros millones de niños, la televisión les está expropiando su misma infancia. La era tecnológica ha inaugurado la cultura a domicilio, el circo a domicilio. La televisión no es dominio de los Estados, es, más bien, dominio de mercaderes y charlatanes, es dominio de la estructura fetichista de la mercancía, es un monstruo que se nutre de los cerebros de los televidentes, y los nutre a un mismo tiempo, creando alrededor del espectáculo un universo de hombres-masa y hombres unidimensionales, un monstruo cuyos tentáculos crecen y crecen sin parar. La televisión es enemiga irreconciliable de la razón, de la inteligencia y del pensamiento, es igualmente enemiga del goce estético. Llena la vida de sucedáneos y de placebos, manipula las emociones humanas y apela a los instintos más rudimentarios con ánimos mercantiles. La televisión ha resultado ser un medio de cretinización de masas, y esta no es una mera figura retórica, es que la televisión nos está haciendo cada vez menos inteligentes, está empezando por anular en los niños las facultades de representación simbólica y de abstracción, está devorando el tiempo libre que debiera dedicarse a la lectura y al enriquecimiento del intelecto para empobrecer la mente de forma atroz. Los cerebros de las generaciones post-televisivas están perdiendo facultades, facultades de simbolización y representación. Hasta ahora la mutación ha sido simplemente cultural aunque, ¿quién sabe? ¿Quién puede negar que en el futuro un cambio genético haga prescindir a la humanidad de unas facultades que hace tiempo ya dejó de usar?.
DE LA CULTURA DE MASAS TRADICIONAL A LA CULTURA DE MASAS ELECTRÓNICA
Se puede entender por cultura de masas el complejo de normas, creencias, costumbres, tradiciones, arte , literatura, tradición, folklore, que todo un pueblo ha ido incorporando y aglutinando en torno a sí a lo largo del tiempo a través de la tradición. Las vías tradicionales de su reproducción han sido siempre las mismas, la tradición oral, la creación espontánea y la incorporación de otras culturas. Sus ámbitos de eficacia han ido variando según la extensión (territorial y personal) del grupo social base, aunque siempre se ha ido reproduciendo en un ámbito restringido, sobre unos cuantos municipios. Dichos grupos sociales fueron auténticos cuerpos con memoria y sentido de sí mismos: bailes, canciones, costumbres se alternaban con los ciclos agrícolas. La religión intervenía como un marcador de tiempos, era el reloj biológico (bioclimático y biosocial) de la comunidad.
EL MEDIO: TRANSMISIÓN DE INFORMACIÓN VISUAL Y REGRESIÓN DEL INTELECTO:
El concepto de humanidad no incluye exclusivamente a nuestra especie desnuda. El sentido que doy al término humanidad abarca la herramienta y la técnica como elementos constitutivos del hombre, elementos que, en determinado contexto, han dirigido su evolución biológica, le han imprimido un sentido de marcha específico. El hombre hizo el hacha y el hacha hizo al hombre, el hombre hizo el fuego y el fuego hizo al hombre... hasta que el hombre hizo la televisión. La televisión está haciendo al hombre de nuestros días. Ese sucedáneo de la soledad ha empezado a sustituir a las familias, ha empezado a convertirse en educador de niños pequeños, los está haciendo, tal y como reza el dicho bíblico, a su imagen y semejanza.
Se puede pensar en la televisión como en un simple medio, un mero instrumento de información que, dependiendo de cómo se instrumentalice, puede repercutir sobre la sociedad en uno o en otro sentido. Bajo esta perspectiva, lo cuestionable no puede ser el medio como tal, sino los contenidos o mensajes que se le hace transmitir. Si todo fuera así de simple no habría ningún inconveniente en atribuir a la televisión el mismo estatuto que en su momento tuvo la imprenta o la radio, como medios transmisores de mensajes, códigos y símbolos: los tiranos y dictadores se habrían servido de ella, igual que de prensa e imprenta, como medio de propaganda política, los ilustradores y liberadores, a la inversa, darían a la libertad de prensa un contenido radicalmente distinto. Pero la cuestión no es así de simple. El problema de fondo de la televisión reside fundamentalmente en el medio, más que en el mensaje. El punto está en que el medio determina asimismo el mensaje, el mensaje es el medio (Mac Luhan).
A grandes rasgos, la tesis defendida por Giovanni Sartori que se refiere a las consecuencias generadas por el medio televisivo en la naturaleza humana las considero bastante aceptables. El politólogo italiano estima que la cultura de las imágenes ha hecho retroceder la cultura de los símbolos, que se encuentran en la base misma de las facultades del intelecto: la abstracción y el discernimiento. De homo sapiens o animal simbólico se habría retrocedido a homo videns o animal visual. El primer riesgo que acecha este tipo de transmisión atañería directamente al proceso de socialización del niño. En la medida en que la televisión se ha ido convirtiendo en sustituto de las familias, el niño (el video-niño, en su formulación) lo primero que ve, antes de aprender a hablar, es la televisión. Ello acarrearía unas consecuencias fatales por cuanto que lo que supone restringir enormemente las posibilidades de percepción y representación simbólica. El problema de fondo reside en que el medio visual subordina las palabras a las imágenes dificultando de camino el proceso intelectual de simbolización, a saber: la formación de imágenes mentales a partir de las palabras o de la escritura. En suma, la televisión nos hace menos inteligentes, inhibe el desarrollo del área cerebral destinada a la integración de sonidos y símbolos, nos sumerge en una regresión intelectual de consecuencias hasta ahora desconocidas e imprevisibles para nuestra especie.
Las generaciones que se han formado al abrigo de la televisión nos pueden servir como ejemplo paradigmático, bastante elocuente por cierto, a la hora de ilustrar la incidencia que ha tenido este medio de difusión así como para comprender como se ha configurado una juventud que destaca por una aversión patológica a servirse de cualquier medio oral o escrito. El mundo de la imagen ha marcado a los jóvenes en el sentido de hacerles incapaces de comprender, abstraer y discernir símbolos. El vocabulario de la juventud es aterradoramente reducido, las palabras se van perdiendo poco a poco, su falta de interacción con los símbolos hace que se pierdan también los conceptos, y el lenguaje se resiente de ello. Se ha creado entre los jóvenes de las generaciones televisivas un argot, un seudo-lenguaje enormemente empobrecido apropiado a ese mundo de visualizaciones. Para los jóvenes modelados en la era de la televisión y los multimedia un libro que no sea de comics, una conferencia o un debate es un rollo, y es que solo han podido desarrollar la mínima capacidad necesaria para ver imágenes y oír música, es decir, la imprescindible para ser receptores pasivos de imágenes y sonidos que no tengan que esforzarse en interpretar. El videoclip (el video musical) es la suma forma de expresión de imágenes y sonidos destinados a los cerebros de quienes no ejercitan el cerebro. Su mundo se restringe al que venden los medios, sus héroes (colgados en gigantescos posters en las paredes de sus dormitorios) son los ídolos del fútbol, los ídolos de la canción y los ídolos del cine. La televisión amenaza con formar cada vez más y más generaciones de retrasados mentales.
Vemos a través de, oímos a través de, y a medida que nos hacen ver y nos impiden imaginar, estimular nuestra capacidad de representación simbólica, nuestras facultades de abstracción. Ninguna película, por buena que esta sea, suplanta a una buena novela. Se me podrá objetar, y con bastante razón por cierto, que a través de la novela también leemos lo que otros escriben, nos metemos, por decirlo de algún modo, en su mente. Es cierto, pero en la operación hemos eliminado la mediación sensorial directa y hemos activado al máximo las válvulas de la imaginación creativa, a la historia le hemos dado nuestra propia luz, nuestros propios paisajes, los personajes son exclusivos, los intuimos y los imaginamos y no los trasladamos de novela a novela tal y como pasa con el cine, donde un mismo actor puede interpretar historias diferentes en películas diferentes. En el cine la película se ha de acomodar muchas veces a sus actores-personajes. En la novela los personajes se someten en todo momento a su estructura narrativa. La poli-sensorialidad del mundo cinematográfico y televisivo tiene como efecto construir realidades paralelas capaces de apropiarse del medio de realidad circundante. Es un gran depredador: lo primero que devora son las inteligencias y la capacidad racional de discernimiento del espectador. Lo podemos comprobar con ocasión del visionado de películas de cine cuyo guión ha sido adaptado de una novela. El que haya leído la novela antes de ver la película se quedará decepcionado por su esquematismo, por la plasmación cinematográfica como personajes planos y unidimensionales de los que en la novela eran presentados como seres complejos y contradictorios, echará de menos la reflexión intimista, ética o filosófica que aparece en el libro, sus ricos matices, etc. El cine lo destierra todo de un plumazo. En cambio, para aquel que haya procedido a la inversa, que haya visto primero la película y después leído la novela, en la mayoría de los casos no la podrá acabar, le parecerá plúmbea e insoportable, echará de menos la acción desarrollada en el cine, le resultará imposible medirla con su referente visual, etc. ¿Qué es lo que ha sucedido? Quien ve la historia a través del medio simbólico, del libro, ha gozado de ella intelectualmente, ha abierto las facultades de su intelecto, ha desarrollado su capacidad de representación. Sin embargo, el que ha partido del medio visual ha supeditado la estructura narrativa a las imágenes, ha anulado su capacidad de percepción y representación simbólica, se ha dejado bombardear por una sucesión de secuencias, de imágenes y de personajes presentados, no representados.
Merece un trato aparte la programación infantil. No es mi intención entrar aquí en los manidos tópicos sobre la violencia de la programación infantil, de la que algo comentaré más adelante, sino en algo que a mi juicio es bastante más relevante, que se refiere sobre todo a las consecuencias de los dibujos animados en la socialización del niño. Los dibujos animados han desplazado (aunque no del todo, afortunadamente) al libro de cuentos con caracteres gráficos, al comic o al tebeo. Su impacto sobre la imaginación en el niño es decisivo. Un dibujo plasmado en un libro de cuentos posibilita que el niño ponga el movimiento las imágenes y ponga sonido a las palabras con su propia imaginación. Incluso un cuento narrado por los padres es infinitamente más creativo para el niño que todos los dibujos animados juntos, aunque, los padres, por cansancio o por comodidad, prefiramos ponerlos a ver la tele para que así nos dejen tranquilos. La tecnología, muchas veces, sobre todo cuando lo que hay detrás de ella es el negocio y no los intereses reales del consumidor, es nociva. El proceso de socialización del niño es siempre auto-interactivo, los mecanismos de proyección e identificación, imprescindibles para la formación de su personalidad, se activan preferiblemente con los juguetes más rudimentarios. Una muñeca que habla, anda y llora impide que el niño o la niña hablen a través de esa muñeca, que dialoguen con ella, que intercambien papeles, en definitiva, que jueguen. Un coche a pilas que se mueve solo convierte al niño en un espectador más que en un jugador (el niño juega mejor cuando es él quien imita el sonido al coche, lo mueve por las curvas y lo lanza con la mano) .
EL ESCENARIO: ESTRUCTURA DE LA TELE-DEPENDENCIA
La tecnología ha hecho un descubrimiento revolucionario, ha reemplazado la tradición y el acervo popular como mecanismo de transmisión y ha acelerado los tiempos de transmisión de información y transmisión de señales y símbolos de contenidos a una velocidad de vértigo. El anciano de antes, antiguo transmisor de saberes, cuentos y canciones a la comunidad ha perdido su papel y hoy, se sienta ante la televisión para no aburrirse. Su antigua actividad se ha visto trastocada hoy en su actual pasividad. En realidad, esta ventana electrónica, ese continuo chorro de electrones, somete y sujeta a todos, hombres, mujeres, ancianos y niños, a un bombardeo despiadado de imágenes visuales. El éter mundial se ha visto invadido de pronto por ondas hertzianas multi y poli-expansivas para depositarse en esos artefactos metálicos (los pabellones auditivos de ese tipo de ondas) que por miles de millones jalonan los tejados de las casas, edificios y rascacielos de todo el mundo para bajar inmediatamente a esos receptores que orientan, al igual que la Meca en la posición en la oración y en el enterramiento, la distribución en las salas, salitas y salones de mesas de camilla, sofás, sillas, estanterías y restante mobiliario. Para ver cine no hace falta ir a la calle, para ver un espectáculo no hace falta ir al teatro, para conocer las noticias no hace falta comprar el periódico,
Es la primera vez en la historia en que un artilugio con imagen y sonido ha llegado a invadir la vida cotidiana hasta ese punto La televisión nos conecta con el mundo, pero, ¿con qué otro mundo nos conecta que no sea el de la propia televisión? ¿quién la alimenta?, ¿cómo se alimenta?, ¿de qué se alimenta? Para empezar, la televisión encierra nuestros ojos en otro ojo, encierra nuestros oídos en otro oído.
La televisión que, en un alto porcentaje de su programación se configura como un instrumento puesto al servicio de la diversión y el entretenimiento, y por tal motivo tiene como efecto anular los elementos activos que entraña toda diversión y entretenimiento. En primer lugar, construye una barrera infranqueable entre el transmisor y el receptor, entre el activo interviniente y el espectador-televidente, siempre sujeto pasivo, nunca interactivo. Convierte al país entero en un gigantesco anfiteatro virtual con todos los oídos metálicos orientados en dirección a la fuente de propagación de las ondas electromagnéticas, transforma las salitas de las viviendas en palcos de butacas orientadas hacia ese escenario virtual, un decodificador de señales electrónico, un artilugio tan extraño y sorprendente como familiar a un mismo tiempo. El espectáculo de este gigantesco anfiteatro, hijo directo del circo romano, nunca se suspende, su sesión es contínua, los espectadores apagan y se van pero siempre vuelven a sus butacas, unos se van y otros vienen; cuando se van los esposos se incorporan las mujeres y cuando se van estas se agregan los niños. Nunca se apaga, mientras unos están en el trabajo, otros en las compras y otros en el colegio lo encienden los ancianos y los pensionistas. Hace tan solo unas décadas nadie hubiera soñado con la existencia de un aparato con tal capacidad de aproximar imágenes y sonidos, hasta el mismo santuario familiar. Estadistas de todas las épocas hubieran soñado con detentar tamaño artefacto de control ideológico: sin necesidad de llenar plazas y calles de público, de construir escenarios con los pesados equipos de megafonía y sin guardaespaldas y servicios de seguridad se hacía posible establecer un contacto directo entre el estadista y el súbdito. Pero antes de los estadistas ya estaban los comerciantes e industriales puestos en cola para convertir al televidente en consumidor a distancia, pagando a precio de oro el segundo de retransmisión, y para mostrarles, en un montaje mentiroso de veinte segundos, la singularidad de su mercancía. Inauguraron, de algún modo, el mundo de la televisión. La mediación electrónica empezó a mostrar durante los años cincuentas sus gigantescas posibilidades y cayó, herida de muerte, su primera víctima: la cultura tradicional y sus consecutivos mecanismos de transmisión.
El pensamiento y la reflexión están fuera de este mundo, más bien están de sobra. De pronto nos vemos sumergidos en un mundo de reflejos acondicionados, y es que los televidentes son para la programación de televisión lo que el perro de Pavlov es a la investigación de los reflejos. El espectador-televidente no ve la televisión, es más bien visto por esta, es configurado, creado y hecho a la medida de las necesidades del televisor. La televisión distribuye su tiempo y su espacio vital, organiza su vivienda, la hora de la comida y de la cena (todavía me acuerdo de cuando la televisión franquista se encargaba de mandar a los niños a la cama). La televisión, por sí sola, nos ha devuelto de la era de la razón a la era de la barbarie.
Y mientras tanto la familia pierde el contacto entre sí. Nadie habla a nadie, todos escuchan atentamente al receptor electrónico. Nadie lee, ese electrodoméstico lo impide porque exige monopolizar el ocio, la diversión y el entretenimiento. Los padres se liberan de la tarea de contar cuentos a sus hijos, porque para algo están los dibujos animados. Necesita crear en torno a sí gente aburrida, solitaria y a su vez alérgica a la soledad, que pueda escuchar y no contestar, gente también pasiva, tanto como para escuchar sin pestañear toda la basura que le meten, gente incapaz de pensar por sí misma, pues el receptor lo hace por ella, gente a la que se le cae un libro de las manos al hojear su primera página .
EL MENSAJE: MERCADO Y MANIPULACIÓN DE LA CONDUCTA
La televisión no fue asaltada por el mundo de la política, ni por el Estado ni por la Iglesia, como hubiera podido ser de esperar de los agentes transmisores tradicionales de contenidos ideológicos, sino por el mundo del Capital y del Mercado, su gran financiero a fin de cuentas. El mundo ideológico del artefacto televisivo solo podía girar en torno a la ideología del Capital. ¡el Capital no tiene ideología! Me pueden objetar. Sí que la tiene, un tipo de ideología supeditada a la venta de la mercancía. Por cierto, sus tesis no proceden de la Crítica de la Razón Pura de Kant precisamente, son bastante más elementales y ramplonas: Ariel lava más blanco, la chispa de la vida, Coca Cola, busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo, sabor irresistible, después vienen las colonias y los perfumes que enamoran (que, más o menos, nos ponen a andar a cuatro patas, como perros y gatos, que encuentran el estímulo sexual en las secreciones de las glándulas sexuales), otros que, en un alarde de fetichismo, establecen una relación de identidad entre el cuerpo humano y la mercancía que se quiere vender (Cuerpos Danone, Agua Ligera, ¡me gusta ser mujer ! (es decir, tener puesta una compresa)), y demás mensajes que pueda lanzar ese mundo pervertido de la publicidad Un mundo de imperativos, comparaciones burdas y demostraciones falsas confeccionado, mediante una superposición de rótulos e imágenes en una secuencia de escasos segundos dirigido al subconsciente. No busca la reflexión, busca el impacto y la impresión en el espectador: imágenes rápidas, colores estrambóticos, metamorfosis informatizadas... En ese mundo sensitivo mercantil encaminado a excitar y a penetrar en los instintos más primarios solo pueden caber cuerpos jóvenes de aspecto físico deslumbrante capaces de estimular el consumo de la mercancía a través de la libido. La televisión desecha, exactamente igual que los nazis en los campos de exterminio, a los viejos/as, a los feos/as y a los gordos/as. La publicidad es la mercancía por excelencia de los grandes medios de comunicación de masas, su precio en el mercado oscila dependiendo de los factores que determinan su mayor o menor nivel de visualización (los llamados índices de audiencia), se incrusta en los programas (programa patrocinado por...) y llega el momento en que no es distinguible, en que no se sabe hasta donde llega la publicidad y hasta donde llega el programa-mercancía. Las películas Disney, por ejemplo, son mercancías de arrastre de un sinfín más de otras mercancías: discos compactos, películas de vídeo, muñequitos de goma fabricados en China, colonias, champús, camisetas, mochilas, gorras, toallas, cobertores, cromos, puzzles, caramelos, chicles, cuentos, CD Rom, cajas de música, vasos, tazas, platos, manteles, chupetes, biberones, muebles, etc. Incluso hay películas japonesas, como los Powers Rangers, donde los diseñadores de vestuarios, vehículos espaciales y demás artefactos articulados son también diseñadores de juguetes pareciendo dichas filmaciones, más que otra cosa, anuncios publicitarios de esos que inundan la televisión durante las campañas de navidad.
CINE Y TELECOMEDIAS: Los telefilmes norteamericanos de acción son la versión más elaborada de ese lenguaje manipulador que ha creado la publicidad. Se apela a los instintos más primarios, abundan los estímulos encaminados a facilitar la identificación del público con los protagonistas, buenos, guapos y simpáticos así como a estimular la repulsión hacia sus antagonistas, malos, feos y antipáticos y la vida de receta de cocina, se estimula la visión maniquea de la vida (cuando llegas a una película a la mitad coges perfectamente el hilo de la historia cuando preguntas quienes son los buenos y quienes son los malos), estereotipos por doquier, el reflejo acondicionado de Skinner mediante esas comedietas de serie de media hora de duración que te sirven carcajadas enlatadas como estímulo o para que sepas cuando hay que reírse, o los filmes de terror en los que el tipo de música que ambienta la escena te predispone al miedo, o las insoportables persecuciones de coches de las películas policiacas, o los personajes planos, puros y sin contradicciones de ningún género que las representan, que son inhumanos a fin de cuentas, pues tan inhumanos son sus buenos como sus malos.
LOS FOLLETINES: Después tenemos los folletines y los culebrones que enganchan, que obligan al espectador a estar clavado ante la tele a la hora en que comienza el nuevo episodio. Luego llegan los nudos de la historia, corte y relleno de publicidad por espacio de quince minutos, que se la tiene que tragar no vaya a ser que se pierda la continuación de la historia. ¿Y qué son esas historias? Son las sucesoras audiovisuales de las radionovelas de postguerra, sucedáneos, como el valium contra el aburrimiento y el estrés, cuentos de la cenicienta hechos para adultas sentimental y sexualmente insatisfechas donde hermosas y humildes muchachas de origen desconocido (que casi siempre suelen ser de clase alta) empiezan enamorándose y teniendo un hijo que a lo largo de la historia va pasando de mano en mano como la falsa moneda, saltan de uno a otro obstáculo que le tienden en el camino sus envidiosas madrastras y hermanastras hasta encontrar su verdadero amor, su príncipe encantado, muy noble aunque algo tonto, de nombre compuesto, muy al estilo sudamericano. Al final pasa lo que tiene que pasar, la familia natural se recompone a la par que los postizos y envidiosos pseudo familiares se disuelven, siempre en el antepenúltimo y penúltimo capítulos. Pero los culebrones de producción nacional no se quedan muy atrás. Cierta serie de gran éxito es el exponente de los tópicos clasistas más manidos y repugnantes, el tópico de la familia burguesa madrileña con su chacha andaluza (en realidad es una actriz madrileña parodiando el acento andaluz, que eso si que nos revienta a los que somos andaluces) autoritaria y paternalista para con sus amos, como la esclava/nodriza negra de Lo que el Viento se llevó, con unos currantes que parecen ser oligofrénicos, con sus abuelos en pleno estado de chochez senil, con sus nietos y nietas repelentes y estúpidos, girando todos alrededor de los protagonistas, profesionales de clase media-alta, y después, para que no falte, su moralina familiar.
DIVERSIÓN Y ESPECTÁCULO: El hombre masa de Ortega, el hombre unidimensional de Marcuse son los televidentes idóneos, capaces de tragarse sin rechistar ni protestar Esta Noche Cruzamos el Misisipí o las Crónicas Marcianas, esos Magazines nocturnos donde se esparce basura en tropel, en los que destaca un presentador elegantemente vestido rodeado de su troupe de bufones, donde la deformidad humana se convierte, al igual que en las antiguas atracciones y barracas de feria - afortunadamente hoy (casi) extinguidas, - en objeto de mofa, befa, burla y escarnio. A un señor de muy poca estatura se le coge en brazos, se le disfraza de niño y de otras mil cosas más,. A otro señor, minusválido, se le sube a un coche de diseño estrafalario, lleno de luces intermitentes, etc. Estamos de nuevo en la época del Bombero Torero y del Hombre Elefante, de ese dudoso sentido del humor barroco que veía la deformidad humana como un motivo de hilaridad . Estos programas, nos ofrecen además las intelectuales aportaciones de insoportables chismosos sociales o de señores amanerados que gritan como locas, así como de tipos que arrojan basura al público con un ventilador, de sexólogos/as de vodevil, de ideólogos de bolsillo (que siempre resultan ser los mismos, ¡qué casualidad!) de uno y otro bando que siempre dicen lo mismo debatiendo siempre sobre temas anodinos, donde un público también de bolsillo dice a quien hay que aplaudir y a quien hay que silbar, espectáculo de relleno, salpicado de escándalos, de ex-policías que revelan los entresijos de las páginas de sucesos más morbosas de la actualidad, de extraños politólogos de usar y tirar dedicados a escribir best sellers que no sirven ni como papel higiénico y que desvelan en exclusiva las más oscuras tramas, complots y conspiraciones políticas y, a imagen y semejanza de las técnicas publicitarias, la contínua búsqueda del impacto en el público basándose en el morbo.
Pero aquí tampoco se trata de centrarlo todo en el intelecto y dejar la diversión al margen. Lo que se critica no es la diversión o el entretenimiento al que sirve el medio televisivo, sino el sentido profundamente perverso que ha acabado imprimiendo ese medio a la diversión y al entretenimiento. La televisión suplanta la diversión propia por un género de diversión proyectiva, ajena y por una espontaneidad calculada al milímetro. Los Shows de los graciosos está inmerso en la reproducción del medio televisivo, como la propia auto-parodia que se hace a sí mismo este medio electrónico suplantador del mundo real. Cierto contador de chistes se ha hecho super-famoso, ha impactado decididamente en el público por su abuso de palabras-comodín, de muletillas sin significado, de tics histriónicos, etc., hasta el punto de transmitir su peculiar lenguaje, y el consiguiente deseo de imitarlo, al gran público.
CONCURSOS ¿Y qué me dicen de los concursos? Los concursos: son el buque-insignia de la Televisión. Sus escenarios son siempre similares: azafatas decorativas (mujeres florero) entre bastidores, presentador y presentadora simpáticos y sonrientes de oreja a oreja. Al televidente se le educa en el estímulo auditivo, en la señal de acierto y de error: una sintonía de tres notas en tono creciente apunta el acierto del concursante, otra sintonía de tres o cuatro notas estridentes en tono decreciente avisa del error. Las señales visuales y auditivas de la televisión recuerdan los métodos de adiestramiento y doma de animales con vistas a su exhibición circense. Y es que los concursos televisivos tratan a los humanos de una forma no muy distinta a como lo hicieran los domadores circenses con las focas, los elefantes, los leones o los osos. La estridencia, la intensidad, los tonos, el aplauso, la risa, sustituyen al lenguaje a la hora de señalar la recompensa por el buen comportamiento o el castigo por la torpeza. El mundo del concurso televisivo nos introduce en una faceta de sub-humanización muy próximo a la animalidad pura. Ver a una persona embadurnarse de barro o de pintura, introducirse en una cámara llena de víboras, ratas, tarántulas o escorpiones, o realizar cualquier otra perversidad que puedan idear los equipos de guionistas del programa, para ganar un coche o unos cientos de miles de pesetas, nos da la medida de la altura ética y moral a la que ha llegado el medio televisivo. Vileza por avaricia, indignidad por dinero... ¿hasta ese punto se puede rebajar la dignidad del ser humano? Parece que esa espiral no tiene fronteras. El concurso televisivo nos muestra de una forma atroz que el capitalismo no tiene límites cuando de lo que se trata es de ponerlo todo a la venta, ya sea la dignidad, ya sea la intimidad, ya sea la sensibilidad, ya sean las emociones humanas.. ¿Y qué me dicen de ese otro repugnante programa donde la Televisión hace de alcahueta a domicilio con el fin de intentar reconciliar parejas rotas, donde hablan de interioridades que a nadie tienen por qué interesar?, ¿O de ese otro, no menos repugnante, donde se dan sorpresas a domicilio y en el plató, en directo o en diferido, todo ello acompañado de los llantos, lágrimas y suspiros emocionados de los afectados y, de fondo, el sonido de una melodía sentimental encaminada a dar más realce y emotividad a la escena? ¿Y para qué hablar de ese otro, el Semáforo, donde se ponía a los participantes a hacer el idiota para mayor diversión del público? Es escalofriante ver hasta que punto es posible manipular los sentimientos humanos por dinero. De no existir una firme barrera jurídica y ética social que afortunadamente hoy lo impide, imagino que los programadores de los concursos de televisión no tendrían ningún reparo en poner a prueba la vida de los concursantes por cantidades millonarias ¡todo sea por el negocio! tal y como han planteado ciertas novelas y películas futuristas.
PROGRAMAS DE DEBATE La televisión, por televisar, televisa hasta los debates y coloquios. En cuanto el debete alcanza una cierta profundidad intelectual el moderador corta al contertulio. Como el intelecto es a la televisión lo que el agua al fuego, lo que interesa destacar son los insultos y las descalificaciones personales, incluso la agresión física (que resulta de tanta importancia para el medio televisivo que cuando se produce una la secuencia se repite una y otra vez a lo largo de distintos programas). La televisión quiere, sobre todo, debates ruidosos, contertulios rojos de ira que se gritan los unos a los otros, pero no quiere aportar ideas nuevas ni material de reflexión, todo eso es aburrido y muy poco televisivo (el horror al zapping planea siempre sobre los programadores). Un tipo de debates que gustan mucho a los programadores de televisión son los que enfrentan a científicos, intelectuales y personas cultas con astrólogos, brujos, curanderos y demás charlatanes. No son coloquios creativos ni posibilitan el discernimiento y la reflexión sino más bien todo lo contrario, por eso resultan la mar de televisivos. Los astrólogos y demás charlatanes son seres rudimentarios y primitivos, de escasa educación y menos talento todavía, salvo el imprescindible para camelar a sus clientes.. En cuanto no encuentran respuestas ni argumentos recurren al insulto, a hablar más fuerte para callar al adversario, etc, ante los brazos cruzados del moderador que muestra ante la cámara su sonrisa para dar constancia de la imparcialidad del medio televisivo. Los representantes del bando contrario (que por pura dignidad personal y profesional debieran negarse a participar en ese tipo de debates y ponerse a la altura de esos embaucadores y charlatanes, aunque parece ser que el narcisismo televisivo resulta más poderoso que ninguna otra razón) no pueden argumentar, se lo impiden tanto la televisión (¡hable de forma que lo podamos entender! o ¡no vaya a querer demostrarnos lo mucho que sabe!, les espeta el moderador) como la baja catadura moral del contertulio. Para adornar el debate los palcos se llenan de un público/claque obediente a las consignas de los directores de realización, algunas veces te meten una orquesta y todo para moderar el coloquio, como en cierto programa-basura de Canal Sur Televisión (Aquí se discute, creo que se llamaba). También parecen ser muy televisivos los debates entre feministas-traga-hombres y machistas empedernidos. Al ser un tema que suscita gran visceralidad por situarse en el epicentro del chovinismo personal-sexual de los interlocutores, puede mover grandes audiencias, por mucho que su aportación intelectual sea cero. Los bandos suelen estar bien definidos; por una parte, feministas a las que solo les falta morder y de otro a famosos del mundo del espectáculo destacados no precisamente por su altura intelectual sino por su ideario personal conservador en materia sexual. A la televisión le sobra la opinión de personas que pudieran aportar un mínimo de lucidez al debate o de puntos de vista distintos a los manidos y mascados tópicos de siempre, como pudieran ser los de personas consagradas al estudio de la antropología, de las relaciones sexuales y personales a lo largo de la historia, etc. Así que, con independencia del tema a debatir, la televisión apuesta por la especialidad del debate-murmullo donde los interlocutores se atropellan, se quitan la palabra, gritan y se superponen, debates donde lo importante no es lo que se diga sino el tono con el que se cuenta, con un público dispuesto a aplaudir hasta el entusiasmo las afirmaciones categóricas y sentenciosas.
DIBUJOS ANIMADOS: Si hiciéramos un campeonato de violencia, crueldad y sadismo en los dibujos animados, yo no le daría la Palma a los dibujos japoneses (que, por cierto, son francamente horrorosos) sino a otros bastante más tradicionales, plagados de gatitos, perritos, ratoncitos y conejitos, los producidos por la estadounidense Warner Bross. Estos son y han sido los dibujos animados por excelencia del medio televisivo. Las viñetas del Coyote y el Correcaminos son todo un alarde de violencia, crueldad y sadismo, hechos a base de persecuciones, bombas que estallan cuando se tragan, explosiones de dinamita atada al rabo de la víctima, encadenamientos sobre los raíles del tren, caídas por inmensos precipicios, etc. por no hablar de las historias del gato Silvestre y el canario Piolín, una exaltación de las más refinadas historias del Marqués de Sade..
DOCUMENTALES: Quizá sean los documentales de naturaleza los espacios televisivos más celebrados por el público culto. Pero no por ello dejan de ser televisión. ¿en qué sentido? Nadie que se adentre en una selva con una cámara recoge tantos y tantos detalles como hacen los documentales de animales. Cierto género de documentales faunísticos son los responsables de una visión deformada del mundo. Mucha gente piensa que el continente africano es más o menos un parque zoológico lleno de leones, jirafas, cebras, antílopes, chimpancés y elefantes salpicados por tribus de negros que cantan y bailan alrededor del hechicero. Otros, mezclan la vida de los leones con la de los Masáis, vistos como un elemento más de la fauna local. Los más lamentables de este género son, como siempre, los norteamericanos, que nos narran, en clave de película de biografías aventureras, con pompa y espectáculo, consustancial al medio televisivo, la vida de una morsa, de un oso, de un coyote o de un caimán, desde el mismo momento de su nacimiento. Es todo pura manipulación, al animal en cuestión le ponen nombre y, a medida que transcurre su vida, ve como van sucumbiendo sus congéneres a otros depredadores, como conoce a su pareja, sus crías, etc. No es casual que los animales preferidos para este género, por su espectacularidad, sean los depredadores: los tigres, los leones, las orcas, las águilas, los tiburones, o los cocodrilos, ocupando un puesto preferente los vertebrados superiores. El antropomorfismo hace que se de también preferencia a los documentales sobre la vida de los primates. La vida de las plantas, de las bacterias o de los invertebrados, que ocupan mas del noventa por ciento de la biomasa del planeta, parece que carece de ese interés documentalístico. Existe otro tipo de documentales que, aun pretendiendo dar una apariencia más científica, están también basados en la manipulación del comportamiento animal o de escenas provocadas, el propio David Atenborough lo reconocía así en la presentación de su serie The Trials of Life (La vida a prueba).. Sabemos que Rodríguez de la Fuente usó en más de una ocasión a sus propios lobos para filmar escenas de caza o que una episodio tan espectacular de su serie El Hombre y la Tierra como la del águila real que captura un muflón desde los riscos de la Sierra de Cazorla fueron todo un montaje televisivo. Otras formas de manipulación son las secciones de madrigueras con un cristal para situar bien la cámara y, en general, casi todos los montajes perpetrados por la National Geographic que tan solo persiguen la espectacularidad (los volcanes, los tifones, los maremotos) y el impacto en el público.
INFORMATIVOS: Ese fenómeno al que se le ha dado en llamar sensacionalismo lo podemos considerar como un producto genuino de la sujeción de la información a la lógica de la mercancía. La noticia-mercancía supedita su valor de uso propiamente dicho, la transmisión de la noticia como tal, a la realización de su valor de cambio dentro de un mercado dominado por la competencia. Y es aquí donde la televisión subordina a los restantes medios de comunicación de masas, a la prensa gráfica y escrita fundamentalmente, a una carrera demencial en la que se busca fundamentalmente es el impacto publicitario. La noticia-mercancía toca de muerte la veracidad y objetividad de toda fuente de información. Los llamados tabloides se sienten obligados, incluso, a inventarse la noticia, a crearla. La búsqueda de la exclusiva sitúa a todas las cadenas en el límite de la información y la ficción. Esa competencia desesperada por vender la noticia-mercancía exige maquillar la información, caricaturizarla en sus formas más burdas, impactantes y necrófilas.
Los espacios informativos son la otra preferencia del público culto, lector de periódicos. Pero también han sido previamente televisionados. Información, lo que se dice propiamente información, noticias, tienen realmente poco, un escaso treinta por ciento. El setenta por ciento restante lo ocupa la información deportiva, es decir, noticias referentes al fútbol, considerado de gran interés para la audiencia. Contemplado administrativamente, el fútbol es un deporte más de los que regula y gestiona una pequeña Secretaría de Estado de un pequeño Ministerio (de esos, llamados ministerios decorativos) Las disputas entre entrenadores holandeses y jugadores brasileños o croatas de equipos de fútbol españoles parece que tienen una enorme trascendencia para el país, hasta el punto de provocar un inusitado despliegue de periodistas, cámaras y micrófonos allá a donde esos doctos señores quieran contar cualquier mamarrachada de las suyas: que si no están contentos con el entrenador, que si este no está contento con ellos, atribuyendo el comentarista a cuanto salga por esas bocas una importancia descomunal. La televisión ha encumbrado en la gloria y ha colocado en la galería de personajes ilustres por sus exabruptos públicos (que parecen ser muy televisivos) a auténticos gángsters ligados al mundo del fútbol. Informa sobre fruslerías y vanalidades que no tenían por qué tener ningún interés salvo para el mundo de la televisión. Es capaz de informar sobre los sucesos de Timisoara (Rumanía) destacando unas cifras desorbitantes de víctimas de Ceaucescu, mostrando falsas fosas comunes repletas de cadáveres que en realidad correspondían al desalojo de un cementerio de pobres, en suma, de crear tal atmósfera de intoxicación sobre el tema como para inspirar en el público una sensación de alivio y satisfacción ante el proceso/auto de fe que se organizó contra los Ceaucescu (donde hasta el abogado defensor pedía la pena de muerte), es capaz de situar cormoranes bañados en alquitrán de las costas de Alaska en otro punto geográficamente muy alejado, las costas del Golfo Pérsico. Los trucos de montaje de imagen y sonido resultan muy útiles a este medio, sobre todo cuando este mismo medio ha llegado a tener la consideración de un oráculo del que emanan verdades eternas e inalterables. Pero informar no equivale a visualizar, y esa es la gran servidumbre de la información televisiva. El mundo virtual de la imagen se superpone al mundo real, el orden de prioridad de la noticia no la da la noticia en sí sino la mayor o menor cantidad de imágenes disponibles por el medio. Las transmisiones en directo destacan la primacía de la imagen. El comentarista se convierte en un pelele al servicio de la imagen en directo. En su afán de dar sonido ha de comentar y comentar, incluso las mayores estupideces que le vienen a la cabeza
LA CONSTRUCCIÓN DEL TELE-MITO: La era pre-televisiva ha conocido mitos bastante poderosos, por cierto. Los mitos de la antigüedad tuvieron forma narrativa y estructura argumental, se plasmaban en la construcción del cuento y en la explicación religiosa. La simbología se había aliado inexorablemente a la mitología. Los personajes del mito tenían presencia, una presencia abstracta que se articulaba en una secuencia de representaciones Los multimedia han dado cuerpo al mito. Han construido el mito político y el mito cultural, el mito erótico y el mito .
Los personajes que lanza al gran público la televisión no pertenecen a este mundo. Viven en su Olimpo particular. Son nuevos dioses, dioses virtuales, los dioses propios de la era tecnológica. Los personajes reales que los representan les dan cuerpo, imagen y sonido. Pero el tele-mito, más que como personaje real, se presenta como epicentro al que confluyen y convergen las pasiones y pulsiones de millones de tele-espectadores. El tele-mito ya se trate de un/una cantante, un actor, una actriz, un torero o un atleta es visto y oído simultáneamente por millones de personas y tiene la virtud al mismo tiempo de ser intangible e intocable. No ve a nadie y nos ve a todos. Su presencia se hace tan lejana como inmediata. Su existencia se hace artículo de fe. Se le admira y se le adora y, al mismo tiempo, se muestra indiferente a esa adoración, por mucho que su existencia como tele-mito se debe a la persistencia de esa adoración pública. El tele-mito no puede tener vida privada, ese es un ámbito de existencia propio de los simples mortales, vedado por completo al tele-mito, por mucho que gran parte de su existencia la empeñe en combatirse a sí mismo El tele-mito muere cuando pierde sus seguidores, desde el mismo momento en que deja de ser objeto de veneración y difícilmente puede resurgir como el Ave Fénix de sus cenizas. Una vez expulsado del Olimpo es condenado a vivir como un simple mortal. La vitalidad del tele-mito, al igual que la de los mitos religiosos tradicionales, le viene dada por sus millones de feligreses aunque, y esto es lo que los distingue de los mitos tradicionales, la secuencia temporal de devoción a los mismos es necesariamente efímera y limitada, regulada como está por las leyes del mercado.
TELEVISIÓN Y VIDA COTIDIANA:
A la Televisión confluyen todas las pasiones humanas. Es un aparato fuertemente personalizado. Se entabla con ella una compleja relación amor-odio difícil de desenmarañar. Por un lado, se la odia a muerte (conozco muy pocas personas que hablen bien de la televisión) por otro, no se puede prescindir de ella, es como una droga que crea adicción. Se la apaga pero siempre se la vuelve a encender. Cuando se hace una mudanza es el primer electrodoméstico que se lleva a la nueva vivienda, aunque solo haya una silla y una cama nunca podrá faltar el televisor, está antes incluso que otros electrodomésticos más necesarios como la lavadora o la aspiradora. Resulta asombroso ver barriadas de chabolas donde falta de todo, incluso el agua corriente y, sin embargo, ahí está puesta la antena de televisión. Parece como si la televisión fuera el alma de la casa, lo único que confiere sentido a la vida familiar. Con el abaratamiento de precios de los electrodomésticos ya se pueden instalar televisiones de 24 pulgadas en los dormitorios, en la cocina y, ¿porqué no? hasta en el cuarto de baño. Así, la multiplicidad de cadenas salvaguarda la unidad de las familias: la esposa puede ver tranquilamente su novela vespertina, el marido el partido de fútbol y los niños los dibujitos. Todos son felices porque la televisión también está por el pluralismo biosocial .
No se concibe una vida cotidiana sin televisión. Ella nos suministra toda la materia prima que necesitamos para conversar y discutir. La sociedad super-tecnológica ultra-especializada, con unas materias de conocimiento tan compartimentadas y seccionadas no está en condiciones de hacer el conocimiento ni su divulgación accesibles a la sociedad. El conocimiento se encuentra encapsulado en reducidas capas sacerdotales tecno-burocráticas que padecen una incapacidad congénita de inter-comunicación tanto endógena como exógena. La televisión se encarga de suplir ese vacío o ese espacio inexistente. Su función no puede consistir en divulgar conocimientos sino más bien en todo lo contrario en vulgarizar la realidad. El conocimiento que transmite es inevitablemente un conocimiento tamizado a través de las estructuras del consumo de la mercancía, que son, a la par, causa, origen y esencia del lenguaje televisivo. La televisión, situada en el subsuelo del cretinismo, nos facilita los rudimentos intelectuales mínimos con los que encontrar referentes en la vida diaria. La ideología del hombre unidimensional de la sociedad capitalista de nuestros días ha sido mediada, producida y elaborada no por las estructuras tradicionales de dominio ideológico, Iglesias y Estados, familias (aunque hoy por hoy la familia se ha convertido en pura televisión) y escuelas, sino por la televisión. La gente comenta las noticias que le sirve la televisión, las anécdotas de la televisión, las apariciones de la televisión, las campañas electorales de la televisión, las guerras de la televisión, los famosos de la televisión, el parlamento de la televisión, los partidos de fútbol de la televisión, los políticos de la televisión, los intelectuales de la televisión, los anuncios de la televisión, el Papa de la televisión, los chistes de la televisión...
LA POLÍTICA, AL SERVICIO DE LA VISUALIZACIÓN. LA VISUALIZACIÓN, AL SERVICIO DE LA POLÍTICA
La televisión personaliza como nadie la política, convierte a los partidos en sus cabezas visibles. Los partidos políticos, a su vez, se auto-televisan, conscientes de la importancia que tiene la imagen en la manipulación de la sociedad, crean, adjuntas a sus estructuras burocráticas sus correlativas Secretarías de Imagen que, según parece, tienen un papel importantísimo. En virtud del mundo visual la estética se impone sobre la ética. La gente no votaba al PSOE, votaba a Felipe (la extrema personalización de ese político hacía que se le designara por su nombre de pila), incluso en otras elecciones administrativas, municipales o autonómicas, donde no se presentaba como candidato le seguían votando a él. La televisión reduce los idearios y los programas políticos a sus líderes. Los políticos cronometran al segundo sus apariciones televisivas en los periodos electorales, y realmente en ello les va su futuro. Antes de comparecer ante las cámaras de televisión se maquillan la cara al milímetro (¿significará esto que los electores también votan a favor de los cosméticos y las marcas de maquillaje?) Y encomiendan sus campañas electorales a las mismas empresas de publicidad que confeccionan los anuncios de las marcas de coches y lavadoras. Un conocido político del PSOE - Alfonso Guerra - llegó a afirmar que prefería un minuto de televisión a mil militantes (de ser militante de ese partido y saber que, a los ojos de sus dirigentes, valgo menos que una milésima de fracción de segundo de retransmisión televisiva rompería inmediatamente el carnet). El poder ha creado todo un circuito interactivo con la televisión y la sociedad. La televisión ha domesticado a los ciudadanos, en el sentido de que los ha encerrado en sus viviendas, ha cortado la relación umbilical ciudadano calle espectáculo.
Las mentes televisionadas se han reblandecido. Han perdido las facultades mínimas de decisión y elección. El espíritu crítico se ha evaporado por completo. Ante el televisor tragan y tragan lo que les echen, se dejan arrastrar por los imperativos publicitarios y, en definitiva, son fácilmente manipulables y aterrorizables. Cuando los socialistas convocaron el referéndum sobre la OTAN se valieron del televisor de forma canallesca: asustaron, intoxicaron, manipularon y amedrentaron a la opinión pública hasta extremos inauditos. Como ahora, donde la Guerra de Kosovo ha convertido al televisor en un instrumento de guerra. El televidente es incapaz de discernir qué es lo que realmente sucede, porque las imágenes que le muestran hablan por sí solas. No es necesario inducir una opinión; la opinión la dan las imágenes que se suceden. El televidente no sabe que esas imágenes han sido previamente escogidas y montadas para su consumo, lo que ve es la realidad como la vida misma. No necesita argumentos ni razonamientos, lo importante es verlo, es ser testigo ocular.
En el fondo, algo monstruoso está ocurriendo, la televisión se ha apropiado de la imagen y el sonido de toda la sociedad. Para ello ha tenido que devorar previamente las inteligencias a costa de servir lo que gusta al público y al mismo tiempo hacer gustar al público lo que sirve. La cultura ha debido pagar un elevado tributo por la tecnología, hasta tal punto que si no se le pone pronto remedio amenaza con convertir a la humanidad en una especie en regresión intelectual, en un nuevo tipo de bárbaros tele-dependientes dispuestos a arrasar con todo lo que se les ponga por delante con tal de que se les vuelva a suministrar su droga visual
La televisión solo puede ser así. Los sistemas totalitarios la ponen a sus servicio como instrumento de propaganda y control político-ideológico. La dictadura franquista, para impedir que la gente saliera de sus casas durante los días programados como jornadas de lucha, manifestaciones, etc, retransmitía corridas de toros o partidos de fútbol de gran audiencia. Por otro lado, los regímenes capitalistas auto-denominados democráticos la usan, no para fortalecer la participación democrática precisamente, sino para ponerla al servicio de la reproducción de la mercancía, como instrumento de consumo.
A MODO DE CONCLUSIÓN
A la edad moderna se la ha llamado era de la Razón. Descartes, Leibniz, Spinoza, Kant, etc fundaron sus sistemas en las facultades humanas de análisis y discernimiento, de abstracción y representación. Nuestra época actual, de mediados de los cincuenta a esta parte, nos ha introducido en una era muy distinta, la de la visualización. La ciencia y la técnica, nacidas de la síntesis logos y empyria, han acabado creando la televisión y los sistemas audiovisuales multimedia. Y la televisión está destronando a la razón. Ha empezado a anular el desarrollo de aquellas áreas corticales del niño que llevan consigo las facultades de integración simbólica. Si no se le pone remedio a tiempo, sus efectos pueden ser fatales e irreversibles. La televisión amenaza con hundir en un periodo de regresión, cultural y biológica, a toda nuestra especie. Su influencia puede ser más nefasta aún que la que en su momento tuvieron las grandes religiones. Al menos, las religiones no llegaron a afectar (aunque sí a ralentizar) el desarrollo de las facultades de razonamiento, abstracción, análisis y discernimiento. Cuando el cura desde el púlpito lee a los feligreses pasajes de la Biblia, al menos les está transmitiendo información simbólica mentalmente discernible. Y es que, en efecto, la televisión es hoy por hoy el opio del pueblo. La técnica, en este caso, no nos ha hecho progresar, más bien nos ha hecho regresar a un estado de cuasi-barbarie. De seguir así las cosas, las nuevas generaciones serán cada vez menos inteligentes, menos racionales y más emocionales.
Los televidentes se convertirán, en breve plazo, en un público de cretinos arracionales, materia prima del mercado. Los mismos cretinos que se conmovieron y lloraron a raudales cuando se transmitió por televisión (no podía ser menos) el entierro de la ex Princesa de Gales, ahora se quedan fríos e impertérritos ante los actuales bombardeos de la OTAN sobre Serbia y Kosovo, ante las víctimas del integrismo islámico en Argelia o de la intervención rusa en Chechenia como algo que no les afecta. El público de cretinos que sigue de cerca y con gran entusiasmo y fruición las andanzas de play boys, princesas, modelos, toreros, cantantes, actores, actrices, millonarios y parásitos sociales, son una criatura genuina de la televisión.
La subcultura de masas de esta época parece no encontrar precedentes en la historia, y es que la moderna tecnología ha creado un monstruo que antes de implantar sus contenidos ideológicos se encarga de devorar las estructuras cognitivas del ser humano, de amputar, al igual que el clítoris de las mujeres en Burkina Fasso para que no puedan gozar sexualmente, las facultades intelectuales para que no puedan pensar ni discernir. Como decía al comienzo, la cultura popular tradicional, de base empírica y de transmisión interpersonal oral, ha sido barrida del mapa por obra de la televisión. La televisión transmite experiencias que no precisan comprobación, la misma imagen de la pantalla se encarga de ello, de asegurar y comprobar. A su alrededor se ha creado una masa neo-analfabeta
La televisión solo puede mantenerse si es financiada por el capital. Los bajos índices de audiencia no permiten retransmitir conciertos de música clásica, ni ponencias de filosofía, ni obras de Tolstoi, ni documentales sobre el origen y evolución de hombre o sobre el proceso de fabricación de un televisor o un ordenador. La televisión nunca podrá ser educativa. Entre las masas aculturizadas y los medios de comunicación aculturizadores se crea un circuito de retroalimentación, un bucle mutuamente recursivo. Y es que la enseñanza es a la televisión, lo vuelvo a repetir, lo que el agua al fuego .
No se puede asegurar alegremente que determinados programas sean tele-basura y otros no. En realidad, la basura está en todas partes: en los anuncios, en la publicidad, en la teletienda, en los programas patrocinados por marcas comerciales, en las series, en las noticias... toda la televisión es un inmenso folleto de propaganda que bombardea las mentes sin piedad y que necesita un público de cretinos para sostenerse, ese mismo público al que atiborra de bazofia y de noticias del corazón, eventos futbolísticos, crónica rosa y demás basura.
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